divendres, 24 de febrer del 2012

Selección natural: historia y fortuna

La teoría de la selección natural es una transferencia creativa a la biología de la argumentación básica de Adam Smith en favor de una economía racional: el equilibrio y el orden de la naturaleza no surgen de un control más elevado y exterior (divino), o de la existencia de leyes que operen directamente sobre la totalidad, sino de la lucha entre los individuos por su propio beneficio (en términos modernos, por la transmisión de sus genes a las generaciones futuras a través del éxito diferencial en la reproducción).
Mucha gente se siente desasosegada al escuchar semejante planteamiento. ¿Acaso no compromete la integridad de la ciencia el que algunas de sus conclusiones fundamentales se originen, por analogía, de la política y la cultura contemporáneas en lugar de a partir de los datos de la propia disciplina? En una famosa carta a Engels, Karl Marx identificaba las similitudes entre la selección natural y la situación social en Inglaterra:

“Resulta notable ver cómo Darwin reconoce entre las bestias y las plantas a su sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, su apertura de nuevos mercados, sus ‘invenciones’ y la ‘lucha por la supervivencia’ malthusiana. Es el bellum omnium contra omnes (‘la guerra de todos contra todos’) de Hobbes.”

Y, no obstante, Marx era un admirador de Darwin; y en esta aparente paradoja se encuentra la respuesta. Por motivos que comprenden todos los temas que he subrayado aquí (que el inductismo es inadecuado, que la creatividad exige amplitud, que la analogía es una profunda fuente de percepciones), los grandes pensadores no pueden divorciarse de su medio (y origen) social. Pero el origen de una idea es una cosa; su verdad o su fecundidad, otra. La psicología y la utilidad de los descubrimientos son temas extremadamente diferentes. Darwin puede haber sacado la idea de la selección natural de la economía, pero aun así, puede ser correcta. Como escribió el socialista alemán Karl Kautsky en 1902: “El hecho de que una idea emane de una clase en particular, o esté de acuerdo con sus intereses, no prueba, por supuesto, nada acerca de su verdad o falsedad”. En este caso resulta irónico que el sistema del laissez-faire de Adam Smith no funcione en su propio terreno de la economía, ya que lleva al oligopolio y la revolución y no al orden y la armonía. No obstante, la lucha entre los individuos parece ser ley de la naturaleza.
Mucha gente utiliza tales argumentos acerca del contexto social para adscribir las grandes percepciones fundamentalmente al indefinible fenómeno de la buena suerte. Así, Darwin tuvo la suerte de nacer rico, tuvo la suerte de viajar a bordo del Beagle, tuvo la suerte de vivir rodeado de las ideas de su época, tuvo la suerte de tropezar con el pastor protestante Malthus; fue esencialmente poco más que
un hombre en el lugar preciso en el momento preciso. Y, no obstante, cuando leemos la historia de su lucha por comprender, y de la amplitud de sus preocupaciones y sus estudios, y de la orientación de su búsqueda de un mecanismo para la evolución, comprendemos por qué Pasteur pronunció su famosa frase de que la fortuna favorece a la mente preparada.
Fragmento de El camino de en medio de Darwin, en El Pulgar del Panda, de Stephen Jay Gould.

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