dissabte, 12 de novembre del 2011

Conservación europea de ecosistemas

El pasado 19 de octubre, en el Jardín Botánico de Valencia, Eduardio Biondi dio una conferencia titulada: “La diversidad del bosque mediterráneo: gestión y conservación”. He de decir que me esperaba otra cosa y me defraudó un pelín, porque hubo demasiada información sobre diversidad y más bien poca sobre conservación. Aún así, me dio ciertas ideas sobre qué contaros.

En 1992, a raíz del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD) de las Naciones Unidas en Río de Janeiro, se creó en la Unión Europa una Directiva (una especie de ley europea, pero que no tiene validez hasta que es transcrita a la ley propia de los países miembros) conocida como “Directiva Hábitats”. Este hecho supuso un hito en la biología de la conservación, al destacar la importancia de conservar, no sólo una especie concreta, sino todo un ecosistema (incluyendo las especies y las diferentes interacciones que pudiera haber entre ellas).

Pues bien, en esta directiva se recogía una lista con aquellos “hábitats prioritarios” que por su importancia y/o vulnerabilidad se encuentran en peligro. A la hora de definir estos hábitats, era necesario un sistema útil con el que describirlos y nombrarlos. Y aquí es donde entra en juego la Fitosociología. Se trata de una metodología en la que, mediante la realización de inventarios y su comparación (por semejanzas florísticas y por la presencia o ausencia de especies vegetales diagnósticas), se establecen unidades elementales que se consideran asociaciones vegetales. Estas asociaciones (comunidades) se entienden como conjuntos de especies que se dan siempre bajo determinadas características ambientales, debido a que la distribución de las especies depende de sus rangos de tolerancia y óptimos ambientales.

Cada una de estas asociaciones recibe un nombre determinado por dos especies. Por ejemplo, la asociación Junipero oxycedri – Quercetum rotundifoliae, sería aquella dominada por Quercus rotundifolia (encinas) y que se caracteriza por ir acompañada de Juniperus oxycedrus (enebros), entre otras especies. ¿Cuáles son esas otras especies? Pues ni idea xD Habría que mirar detenidamente la descripción de la asociación. Porque cada una de las asociaciones, dentro de la Fitosociología, constituyen un sintaxon. Es decir, que una vez que se define una asociación, se le asigna un nombre y se describen cuáles son las especies que la componen, al mismo tiempo que se integran dentro de un sistema jerárquico de clases, órdenes y alianzas (al mismo estilo que las especies se engloban en géneros, familias...).

Al margen de que, desde un punto de vista ecológico, las asociaciones vegetales no tengan mucho sentido (las especies que podemos encontrar en un hábitat no sólo dependen de las características ambientales de la zona y sus rangos de tolerancia, sino que las interacciones entre las especies y el azar tienen mucho que decir), lo cierto es que la Fitosociología puede resultar muy útil a la hora de la gestión para la conservación de la especies.

Ciencia, Paz y Desarrollo

Ayer fue 10 de noviembre (bueno, en realidad antes de ayer xD). Pues bien, resulta que está declarado por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) como el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo. Para este año, el lema era: “Rumbo a sociedades ecológicas: equidad, inclusión, participación”.

En palabras de Irina Bokova (Directora General de la UNESCO), en “un mundo que está cambiando con rapidez”, en el que “las catástrofes naturales nos recuerdan que nuestras comunidades son vulnerables” al cambio climático y donde “la diversidad biológica desaparece a un ritmo inédito en la historia geológica, debido principalmente a la actividad humana” es necesario alcanzar un desarrollo sostenible. Para ello, para conseguir sociedades ecológicas, “deben ser sociedades del conocimiento, que utilicen la ciencia para discernir los nuevos problemas y afrontarlos de manera innovadora”, para lo que “es preciso movilizar y dar carácter integrador a la ciencia”, estableciendo redes internacionales y reforzando “los marcos nacionales de políticas de ciencia, tecnología e innovación”. Estas sociedades ecológicas “deben ser inclusivas”, prestando “oídos a todas las voces” y bebiendo “en todas las fuentes de experiencia, incluso el saber local e indígena”.

Porque sólo a través de la ciencia y a través de la unión de conocimientos de los distintos pueblos, puede lograrse una buena gestión y, por tanto, la conservación de los recursos naturales. Se debe alcanzar, además, al mismo tiempo que se favorezca el desarrollo de los países más desfavorecidos mediante la promoción de su gente y sus medios. Deben ser ellos mismos (mediante un papel activo en su propia gestión) quienes hagan de la ciencia, su desarrollo.

A modo de cómo la ciencia puede ayudar a la paz y al desarrollo, quería comentar el nuevo proyecto en el que, durante 4 años, va a trabajar Carmen Rojo del ICBiBE (profe y medio-jefa mía xD). Se trata de un proyecto de cooperación financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y en el que colaborarán la Universidad de Valencia, la Universidad de León (Nicaragua), la Universidad de Costa Rica y el Instituto Clodomiro Picado (Costa Rica). Su objetivo es la creación de un laboratorio especializado en limnología (poco estudiada en estos dos países), desde donde se puedan formar científicos que sean capaces de estudiar la biodiversidad de la zona, así como el efecto del cambio global sobre ella.